"Cuenta la leyenda que, al llegar mis padres a la vieja casa de Ricardo Gowland, mi mamá no estaba muy convencida de vivir en el barrio. “¿Con quién me voy a tratar, con las Lauría?” comentaba incrédula, imaginando su vida en esa cuadra tradicional donde nadie tenía veintipico años, como ella.
Pero yo con mis tres años comencé a jugar en las ligustrinas que oficiaban de tapial, y rápidamente rompí el hielo: “¡Cheñoda, cheñoda!” grité, y la sonrisa vecina selló la amistad para siempre.
Ese clan matriarcal y lorquiano estaba compuesto por mamá Dolores (Lola), la tía Helvecia (Becha), Marta y Alicia Lauría. El vínculo con ellas se volvió tan familiar, que el cerco divisor terminó teniendo aberturas por las que circulaban niños, perros, regalos y porciones de torta de casa en casa.
Los años pasaron entre ciruelas, libros, y tardecitas de verano en la vereda. Sus canteros con copetes y alelíes de Mahón, las puertas abiertas y las reposeras sobre las baldosas tibias constituyen el folklore de una época que nunca morirá, porque está grabada en el corazón.
El tiempo nos trajo despedidas y jubilaciones, que ellas sobrellevaron siempre con la elegancia y simpatía que las caracteriza. “La vida es así, chiquito. Nos quita mucho pero nos deja recuerdos hermosos a cambio” decía Alicia bastante seguido.
Hablar con ella era un placer: recordaba la historia del pueblo, había sido maestra de medio mundo, y siempre tenía una mirada positiva de las cosas. Valoraba mucho sus años de estudio y trabajo, las escuelitas rurales sin luz eléctrica, sus guardias en la puerta del Colegio Nacional al grito de “¡Vamos nene, que cierro la puerta!”.
Aún al final, cuando ya era secretaria y su trabajo era de oficina, salía apurada al recreo para interactuar con los chicos, retarlos con una sonrisa, preguntarles por hermanos ya egresados, compartirles una moneda para el kiosquito.
Cierta vez que -presos de una rebeldía primaveral- nos rateamos de clase, ella salió a buscarme por todos lados para que volviera a la Escuela.
La importancia que ella y su hermana Marta le dieron a la educación fue una enorme y constante inspiración, testimonio de otros tiempos en los que las instituciones y la labor docente eran pilares sagrados de la sociedad.
Alicia era, también, pícara y osada. Cuando íbamos a sus cumpleaños llenos de doñas y masitas, nos convidaba sidra; pasando por alto los retos de Marta y nuestra escasa edad. Amaba las flores, los colores, el verano y las piletas (desde la infancia nadó en la de Deportivo). Fue también la que aprendió a manejar de grande, y una de las pocas que ponía luces de giro religiosamente en todas las esquinas.
Las tardes de sol intenso, al terminar la siesta, oíamos la puerta del garage y nos poníamos la malla: nos llevaría a refrescarnos en lo de 'Noni', 'Aniana', o alguna otra de las chicas del grupo.
De ellas aprendí que no hace falta casarse o tener hijos para ser familia: El valor y el tiempo que le destinaron siempre a las amistades es una lección inmensa. Estar ahí para los colegas, vecinos y parientes es una costumbre que merece ser cultivada.
Podría seguir horas y horas hablando de Alicia. De los fichines en lo del turco Homsi, los fascículos de cultura que me pasaba por el ligustro, sus viajecitos a las termas o las sierras, las lágrimas que su optimismo luchaba por disimular. Pero me quedo con una frase que me dijo hace poco en un audio, al volver de un cumpleaños de ochenta:
"Qué hermosa es la vida, te sirve para filosofar un poco. Tantos años vividos tan bien, los estudios, ese grupo precioso que tengo yo que siempre nos reunimos... Es una historia de vida muy linda."
Me acuerdo que antes de manejar, andaba en bicicleta. Hoy la imagino en su Aurora negra, con su pelito corto y el gorrito Piluso, yendo a alguna quinta a disfrutar el sol y la charla eternamente, rodeada de afectos, ex alumnos y cosas ricas. Y a nuestra querida Marta la tengo en el alma, y le doy un abrazo tan grande como la pileta del Deportivo. Tranquila que no estás sola: todo el pueblo es familia de las Lauría", señaló el autor de la nota, Fernando Diez, "El chiquito de al lado".
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